La historia de Sara

¿Qué ocurre cuando una persona Altamente Sensible empieza a escuchar lo que lleva años sintiendo?. Sara, es una mujer que parece independiente y fuerte hasta que descubre cómo escuchar sus emociones. A veces el verdadero cambio no se ve, se siente.

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Elena Soulma

6/13/20257 min leer

En la mesa del rincón, junto a Sofía Loren, encontraba una pausa sin tiempo. Una bruschetta crujiente entre los dedos y viajaba a Italia.

Las horas de media tarde, cuando ya se habían marchado los últimos comensales del almuerzo y aún no llegaban los de la cena, eran solo suyas.
Cerraba los ojos y ya estaba allí, Roma, Nápoles, una plaza al atardecer.


Sara llevaba años haciéndolo todo bien. Era eficiente, parecía siempre tranquila y disponible para hablar.

Tenía un radar emocional para lo que cada miembro del equipo necesitaba que combinaba a la perfección con un talento especial para suavizar conflictos en su despacho sin levantar la voz.

Como directora de gestión de personas, ahora también se hacía cargo de las incorporaciones por la expansión de la empresa en centros hospitalarios con dos concursos ganados.

Las personas, decía, son la empresa, son lo que nos diferencia, todos somos importantes, todos. Día tras día en su mesa notas, bajas, cambios y caras nuevas, la selección era lo que más disfrutaba sobre todo cuando hacía las entrevistas, le gustaba sentir cómo eran las personas, siempre había tenido la sensación de que las conocía ya de antes, eso se imaginaba, cuando el director de expansión la citó en su despacho para enviarla de viaje la semana siguiente para ver los próximos hospitales y cerrar las incorporaciones a la empresa.

No tenía ninguna gana de marcharse con todo el trabajo que tenía, accedió eligiendo ella el hotel y el horario del vuelo, odiaba los vuelos a deshora, la dejaban completamente aturdida todo el día si no podía dormir, prefería llegar un día antes y el director le dijo que sí. Con todo preparado, la maleta y toda la documentación, esa noche durmió después de estirar y cenar algo ligero.

Ese lunes, antes del vuelo, mientras bajaba las escaleras guardando las llaves en el bolso, una caída torpe, un dolor agudo.

Un taxi, una sala de urgencias, una férula.

Y de repente, tres semanas de baja médica.

—¿Qué hago ahora yo en casa? —pensó la primera noche llorando sin saber porqué. Estaba sola, al día siguiente se organizó para encargar las comidas y buscar a alguien que le ayudara con las cosas de la casa, la compra online y todo organizado mientras sentía que por dentro todo se había dado la vuelta.

Se sentía dividida, por la mañana creía que podía aguantarlo, porque aprendió a tragarse el dolor físico y emocional para que nadie se preocupara.

Por la tarde, se escapaba emocionalmente cada vez que algo dolía, sonriendo, cambiando de tema mientras hablaba con sus amigas, aprendiendo de todo.

Por la noche, todo lo veía distinto, se daba cuenta del desgaste, pero sin poder hacer nada bajo la capa protectora de la perfección.

Clara era una buena amiga que vivía cerca, se conocieron un día en el gimnasio y se cayeron bien. Vino con Leo el sábado, Leo su hijo, llegó con sus ocho años y una mochila llena de legos, libros de dinosaurios y ocurrencias.

—Tienes una casa grande y yo tengo vacaciones —le dijo—. ¡Jugamos a que tú eres una exploradora herida y yo soy el médico de la tribu!

Y entre juegos, cuentos y comidas que les traían a casa, Sara volvió a reírse con ganas.

Leo no necesitaba que fuera perfecta. Solo que jugara.

Y en esa ternura sin exigencias, algo dentro de ella empezó a aflojarse cuando lo miraba mientras inventaban mundos.

Pasaron dos semanas, el médico le recomendó empezar la rehabilitación en un centro de osteopatía al que ya había mandado a varios pacientes y les había ido muy bien.

Ángel no hablaba mucho, pero sus manos sí.

Moreno, de mirada serena, con una manera de escuchar lo que no se decía que la dejaba pensativa. Era osteópata, recuperaba el equilibrio en el cuerpo.

Le preguntó cuando entró en la sala cómo había ocurrido la lesión.

Estaba saliendo para coger un vuelo, más trabajo y de repente sentí el dolor, fue una torcedura muy fuerte menos mal que no me hice más daño en la caÍda.

¿Cómo te sentías en ese momento? .¿Antes y después?

Estaba nerviosa, pensaba que quizá no iba a ser capaz, es que todo había sido demasiado rápido y después sentí mucha rabia, la verdad me eché a gritar porque ya no podía más.

Comenzó a realizar un suave mensaje hasta la cadera mientras el explicaba qué eran las cadenas musculares.

—El tobillo puede estar relacionado con la dirección, ¿sabes? —le dijo en la segunda sesión—. Y a veces no es el cuerpo el que se tuerce, sino el camino que tomamos.

Sara no contestó, pero sus lágrimas sí.

Y él se quedó.

Sin arreglar, sin explicar nada más. Solo estuvo allí con ella en ese momento.

Sesión tras sesión, fueron apareciendo recuerdos.

Unos de infancia, cuando su madre no podía con todo y ella se convirtió en su apoyo emocional.

Otros más recientes, de palabras tragadas en reuniones donde las personas perdían frente a la eficiencia.

Sara sabía que era altamente sensible y tuvo que decírselo a Ángel para que fuera más cuidadoso porque le repetía siempre "para mí menos eso más", si hay mucha movilización de los tejidos o mucha presión es como si en vez de recuperarme me embotara más. Él fue comprendiendo y viendo como la presión sutil y la movilización delicada permitían que el tobillo fuera recuperando movilidad y Sara no se fuera tan dolorida después de las sesiones.

Ángel le contaba historias sobre su especialización y todo lo que él creía que estaba escondido en cada lesión, el cuerpo habla cuando el dolor se comunica con nosotros, pero nadie nos ha enseñado a escuchar su lenguaje.

Sara agradecía tantísimo que la entendiera y Ángel le agradecía siempre por escucharle, reían a veces, a veces el dolor los mantenía callados.

Y paso a paso, Sara empezó a entender, su cuerpo la había rescatado. Siempre le había costado acostumbrarse a los ritmos de trabajo en aquella empresa, sin embargo, su cuerpo entraba en automático y quizás su mente también.

Ángel la llamó, había olvidado su pañuelo. Al escuchar su voz, notó algo distinto, más alegría, más vida, como si al otro lado hubiera otra mujer. Esa llamada se le quedó prendida en el alma todo el día.

Cuando el tobillo empezó a permitirle caminar de nuevo, Sara no volvió corriendo al trabajo.

Pidió al médico prolongar unos días más su recuperación.

Y empezó a escribir algo que llevaba años postergando, un pequeño diario sobre sus emociones.

Tenía miedo aún.

No sabía si Ángel sentía lo mismo.

No sabía si el trabajo le permitiría ser una Sara que no daba siempre más de lo que recibía en cada proyecto.

Por primera vez en años, no le importaba. Porque ahora el mensaje se lo traía un tobillo que le había puesto cerca de un hombre que la escuchaba y que comprendía su sensibilidad. Se había dejado acompañar para volver a andar.

Pasaba siempre cuando bajaba a comprar el pan por al lado de una academia de idiomas, nunca se había atrevido a entrar hasta hoy, se apuntó a italiano los lunes y los miércoles y fue a comprar todo para la primera clase, se sentó a tomar una infusión y se decidió a volar a Italia, un viaje de cinco días organizado por ella misma, sería la mejor forma de conocerla a su ritmo, la comida, los lugares más tranquilos, puentes y canales sin aglomeraciones, arqueología, pueblos costeros y pequeñas calas con playas de arena.

Ángel la esperaba en su restaurante, junto a la ventana, con la carta en las manos y una mirada que ya la abrazaba desde lejos. "Gira il mondo gira, Nello spazio senza fine", sonaba cuando Sara entró caminando ligera y con una sonrisa nueva, él se levantó sin decir nada y la rodeó con sus brazos como si fuera un amigo de toda la vida que quería confesarle que estaba enamorado pero no se atrevía a decirlo.

Hablaron de su alta sensibilidad y de cómo podía influir en toda su vida, él la escuchaba con curiosidad y ella ahora era la que le descubría un mundo nuevo.

Esa noche Sara sintió que cenaba con ella como si fuera la mujer más maravillosa del mundo.

Días después, en el trabajo, el jefe le ofreció un ascenso. La subdirección. Más responsabilidad. Más horas.

Te agradezco que hayas pensado en mí, ahora mismo prefiero llegar a un acuerdo para dejar la empresa.

Sara, no lo puedo entender y de todas formas respeto tu decisión, puedes cogerte los días de vacaciones que te quedan, todo está bajo control con la persona que te ha sustituido estas semanas, pasa la semana que viene a recoger toda la documentación.

Sara miró su escritorio, el maletín de siempre, la silla callada. Los dejó allí. Guardó sus zapatos en el bolso y se cambió. Se puso sus zapatillas y se fue aliviada por dentro, más viva que nunca.

—Los tacones ahora —pensó al llegar a casa— solo serán para salir a disfrutar, dejo de llevarlos para sostener lo insostenible.

Y escribió a Ángel

“Hoy quiero contarte algo muy importante para mí. Solo tú sabes escucharme.”

Salieron al cine esa noche.

Sabes, he podido marcharme de la empresa, tengo un tiempo de tranquilidad y me voy unos días a Italia. Quiero sentirla de verdad y voy a empezar a formarme para crear una agencia de viajes online especializada en personas altamente sensibles. Estudié también Turismo para viajar y ahora siento que es el momento de hacerlo realidad.

Me parece arriesgado y a la vez veo que te ilumina la mirada. Eso es lo que quieres. Entonces eso es lo que se merece verte así.

Llovía.

Ángel abrió su paraguas.

Y al mirarse, algo en sus cuerpos habló sin palabras.

Un beso les nació desde los tobillos y los subió al cielo.

© Elena Soulma

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