La historia de Ana

¿Y si un día decidieras contar que eres Altamente Sensible? Ana lo guarda en secreto. Ha aprendido a ocultarlo y a la vez siente que se lo plantea cada día y está indecisa. Durante mucho tiempo se preguntó si decirlo cambiaría algo, si alguien la entendería. Esta es una historia para quienes sienten mucho… y no saben si contarlo.

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Elena Soulma

4/8/20257 min leer

  UNA SENSIBILIDAD POR CONTAR                           

Ana siempre llega antes al instituto, le gusta descansar diez minutos en la sala de profesores después del tráfico y el madrugón. Nunca le ha gustado despertarse pronto aunque en cuanto se levanta se activa, pone la música en el camino, cada día es distinta según el ánimo, en la época de exámenes necesita más relajación, son ocho años ya de profesora de lengua y literatura en el Instituto , siempre quiso serlo, lo saben hasta sus peluches a los que les daba clase cuando era una niña en su habitación, había aprendido a ser profesora, aunque los alumnos siempre piensen que una nace ya como profesora, se aprende cada año algo nuevo, cada persona te trae algo nuevo que aprender, igual que había aprendido a ocultar su sensibilidad como quien esconde las ojeras de una noche sin dormir con un corrector.

Los pasillos ruidosos, los comentarios llenos de expectativas, de normas no escritas con las que había vivido durante toda su vida de estudiante sobre lo que significa ser un buen profesor, ser firme, imperturbable, siempre en control, nunca habían servido para ella, siempre sintió que eso estaba muy lejos de enseñar. Por eso en su clase, las palabras tenían otra cadencia, y los alumnos lo sabían. Había algo en su voz, en su manera de mirarlos cuando recitaba un poema algo les removía por dentro que hacía que se sintieran vistos y conectados.

Marco llegó al instituto aquel otoño con su aire tranquilo y sus ojos negros llenos de curiosidad por todo. Enseguida vio que era diferente.

Sus ojos verdes y su cuerpo lánguido siempre le habían hecho destacar y sintió que Marco también la había mirado como si fuera extranjera enseñando literatura española. Enseguida escuchó a sus alumnos hablar del perrito de dibujos animados con el que Marco compartía frases idiomáticas en inglés a sus alumnos en Instagram cada semana. Su energía contrastaba con el aire serio del claustro, siempre vestido con ropa moderna y colorida que le sentaba de maravilla, en el Claustro muchos profesores, incluida la directora Raquel, parecían desgastados por los años. Ana lo observaba desde la distancia, sin atreverse a hablarle al principio.

Ana era la encargada de la biblioteca del instituto y en sus horas para atenderla la convirtió en su refugio, un rincón silencioso entre estanterías en el que los alumnos venían a buscar algún libro con la excusa para poder hablar con ella de algún problema.

Su proyecto había nacido el año pasado, convertir cada rincón del Instituto en una biblioteca, Raquel le había dado un pequeño presupuesto para comenzar, lo primero fue escribir una frase en la pared en el pasillo del Instituto,

              El verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soportan el modo imperativo.

Marco salía siempre para vigilar la hora de patio, le encantaba el sol y jugaba a veces al baloncesto, decía al volver del descanso que el sol le daba vida.

En las historias siempre vives otras vidas o sientes otras emociones, le dijo Marco al entrar por la puerta de la biblioteca el martes a su hora de preparación y empezaron a hablar.

La biblioteca del instituto se convirtió en su refugio los martes a esa hora, Ana no toleraba el sol y encontró en ella un rincón silencioso entre estanterías donde las conversaciones parecían susurradas. Allí, entre libros y mesas con marcas de tinta se atrevió a hablarle.

Ana tenía ganas de contarlo a todos, se lo había planteado muchas veces, ser altamente sensible es algo que la tenía indecisa desde hace tiempo. Marco le preguntó si sabía lo que era ser una persona altamente sensible. Ana sonrió y dijo lo sé muy bien, Marco soltó una carcajada. Descubrieron que ambos eran altamente sensibles, aunque ninguno lo habría admitido en voz alta si alguien hubiera estado con ellos.

—Siempre he tenido la idea de que alguna vez tendría que decírselo a todos. Pero ahora siento que no es necesario, esto solo lo entiendes tú.

—A veces pienso que, si lo supieran, perdería toda autoridad —dijo Marco, pasando las hojas de un libro.

—Y sin embargo, congeniamos tanto con los alumnos justo por eso, susurró Ana.

Ana le hablaba de su proyecto y de todos los lugares del instituto donde iban a encontrarse los libros, frases, sopas de letras, rincones con libros de emociones, de aventuras, de miedo, de viajes. Los libros escuchaban.

El día que Marco descubrió que Ana escribía poesía fue por accidente. Había olvidado su libreta en la biblioteca del instituto y, al abrirla, se encontró con versos escritos con tinta azul, versos que hablaban de la fragilidad y la fortaleza de sentir demasiado. Al día siguiente, se la devolvió sin decir nada, pero con una sonrisa distinta, como si hubiera encontrado algo que también le pertenecía.

—Eres una escritora —le dijo, simplemente. Ana sintió miedo y alivio a la vez.

Mientras tanto, la directora Raquel, llevaba años sintiendo que su vocación se apagaba, observaba sus intercambios con una mezcla de nostalgia y resignación. Ella también había sido así, al principio. Antes de que el cansancio y la burocracia la hicieran plantearse dejarlo todo. Soñaba con una casa en un pequeño pueblo de montaña, lejos del ruido, donde pudiera dedicarse a restaurar muebles antiguos y recuperarlos para casas con nuevas vidas.

Una tarde, después de una reunión agotadora, se acercó a Ana y Marco mientras tomaban un café en la sala de profesores.

Ana en ese momento llevaba los auriculares puestos. Ana, ¿Me estás escuchando?

Raquel ahora te escucho. Me concentro mejor en entornos tranquilos. Si me pongo los auriculares, es para enfocarme.

Te entiendo, la próxima vez lo tendré en cuenta.

La reunión del claustro es muy importante, por favor, quiero que tengáis todo preparado porque todos debemos tomar una decisión sobre el uso de los móviles en el instituto. Marco tensó su gesto, las reuniones le afectaban mucho y se estresaba.

Raquel, sé que este tema es muy importante, sin embargo, creo que tengo que compartirte que a mí personalmente me afecta mucho el ambiente del equipo, así que cuando hay tensión, prefiero tomar unos momentos de pausa y salir a despejarme.

Está bien que me lo digas Marco, yo también a veces me saturo, daremos un turno de palabra y haremos descanso de quince minutos, para que nadie se sienta aludido diré que el que necesite salir en algún momento por algo que salga y vuelva en cinco minutos.

—¿Te parece bien?

—¡Me parece genial!

—No dejéis que os pase lo mismo que a mí —dijo, con una media sonrisa al marcharse.

Ana y Marco se miraron. Comprendieron que ellos tenían mucha suerte de tener una profesión que les hacía felices. No sabían qué quería decir, pero en su voz había algo que les dejó pensativos. Marco se levantó y le propuso a Ana irse a la biblioteca, su fortaleza sensible. Ana había pensado mucho en él, sabía mucho de ella, hablaron de su alta sensibilidad, sólo lo sabes tú y yo solo lo sé, le dijo Marco, creo que no necesitan saberlo los demás si no nos lo preguntan.

Marco la miró fijamente a los ojos, Ana sintió un alivio y una verdad que la dejaba sin palabras, sabía que en un poema el silencio es tan importante como la palabra. Marco la besó con tanta ternura que Ana lo abrazó y sintió el miedo de volver a  amar a la vez que pensaba en las ganas de conocerlo más. Marco cogió sus manos y las llevó a su pecho. Ana sonrió mirando la hora, el claustro iba a comenzar, entraron juntos, todos los miraron, sabían que algo nacía este curso.

Raquel con gesto triste y sereno abrió el claustro con el tema que los tenía reunidos, todos debatieron sobre las consecuencias que un uso excesivo de las pantallas tenía sobre los adolescentes, acordaron que iban a poner a prueba el parking de móviles, un colgador con tantos compartimentos como alumnos en cada clase para que durante las horas de clase se quedaran allí aparcados para facilitar la desconexión virtual y dar paso a la realidad, los libros, la emoción, los problemas y las soluciones, porque las personas necesitan personas para crecer, así quedaron sus palabras escritas en el acta de Claustro.

Al terminar Raquel les comunicó la noticia de que su madre había fallecido hace unas horas, todos se quedaron helados, nadie sabía nada, estaba en su casa, un infarto la sorprendió haciendo el desayuno, no se pudo hacer nada.

En ese momento todos le dieron su apoyo y mostraron su consternación. Me voy, dijo Raquel, dejo la dirección en manos de Esteban, has sido el jefe de estudios todos estos años, un gran compañero, yo he pensado demasiado Esteban, ahora tú eres el corazón de este instituto, mi tierra y lo que siento que es ahora mi vida me espera, habéis sido durante todo este tiempo unos compañeros fantásticos.

Al salir Marco la esperó en la puerta de la biblioteca, Ana rompió a llorar sabía lo que Raquel estaba viviendo, su madre murió hace diez años, su vida nunca volvió a ser igual y la literatura fue su único refugio. Marco la estrechó entre sus brazos hasta dejar de llorar los dos, al mirarse se secaron las lágrimas y en silencio Ana condujo hasta el Retiro donde cada instante se queda prendido en cada hoja de un árbol, pasearon de la mano con descaro y besos de caramelo y desde aquel día, Ana encontró en su miedo una forma de escribir sin miedo a ser leída y Marco dejó de ocultar su entusiasmo por enseñar desde la creatividad.

Ahora ya todo el instituto era un lugar en el que podían sostenerse el uno al otro, cada frase escrita, puzle en los pasillos, pequeño sillón de lectura entre clase y clase les recodaba que seguían compartiendo la educación como un acto de amor.

© 2025 Elena Soulma

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